Hace algunos años decidí calzarme mis botas de caminar muchos kilómetros para convertirme en peregrina y seguir la 'ruta de las estrellas' a Santiago de Compostela, y todavía más allá, hasta Finisterre. Durante aquel largo viaje mudé de piel y perdí las hojas, como hacen algunos árboles. Tantos quilómetros a pie dan para mucho, así que tuve tiempo de sobras para darle la vuelta al universo, planetas incluidos. Y en su revés, construí una nueva realidad.
En más de una ocasión durante el camino me abracé a los árboles, descansé a su sombra, sentí, como ellos, que es necesario hundir las garras vegetales y arraigar en algún lugar concreto, que el espacio no es lugar para quedarse.
En algún momento yo creo que debí de transformarme por dentro también en un árbol.
Una mujer árbol.
Sólo que no lo supe de inmediato.
Sé que escondo un árbol en mi interior, porque no entiendo la vida sin ellos. Los árboles son su expresión, con raíces profundas ancladas a la tierra, un tronco sólido y las ramas que acarician el aire. Son un puente entre tres mundos, el sólido, el líquido y el gaseoso, los conectan y se nutren de los tres.
Sé que soy como ellos cuando soy capaz de mirar al horizonte y darme cuenta de que existir es un prodigio, de que, como decía Carmen Martín Gaite, lo raro es vivir.
4 burbujitas:
OOoooh Sonia, qué bonito, qué poético. Muchas gracias, eres un Sol (bueno, un árbol Sol!!)
De nada, Silvia, es mi pequeño homenaje a ti, a tu trabajo y a tu bosque. Besos!
Qué bello, mientras más lo leo más me gusta!!
Se los he leído a mis árboles y te mandan muchos besitos....Gracias!
Gracias, Yohanka. Abrazar a un árbol es cargarse de su energía. Besos!
Publicar un comentario